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Terapia y antropología del tiempo

¿Cuál es el origen del tiempo?, ¿de qué modo el tiempo determina nuestras vidas?, ¿es el tiempo constante?, ¿cómo influye el tiempo en nuestra salud mental?, ¿de qué manera ir a un terapeuta te puede ayudar a concebir tu tiempo de otra manera?. En este artículo hablaremos sobre el origen del tiempo desde una perspectiva antropológica, observaremos cómo la forma que tenemos de entender el tiempo se plasma en nuestra manera de construir la realidad, y veremos cómo el tiempo está presente en terapia Gestalt.

Del lenguaje al tiempo

Existen numerosas teorías que hablan del origen del lenguaje en la especie humana. Una de ellas defiende que el lenguaje emergió entre los seres humanos hace millones de años, cuando nuestros ancestros siendo mamíferos pero todavía no homínidos, se comunicaban entre sí emitiendo sonidos para ubicarse en el grupo, para localizar a los otros en la oscuridad de la noche o para proteger a sus crías.1

En un principio «el tiempo» estaba fuera, era el tiempo del grito que marcaba el sonido del otro.

Hubo un tiempo hace millones de años en el que nuestros ancestros fueron reptiles, y más tarde mamíferos. La historia filogenética2 de la especie humana habla de un tiempo inconmensurable, de un tiempo incomprensible. Nuestra manera de sentir y de pensar hunde sus raíces en aquel pasado remoto. Sucede algo similar con los millones de años luz de las distancias espaciales, se pueden nombrar, pero no se comprenden en su verdadera magnitud.

No hay conceptos sin intelecto ni lenguaje sin cognición. Aquellos protohumanos no manejaban conceptos, por lo tanto el tiempo no existía para ellos. El tiempo es una construcción cultural, una idea creada y compartida por los seres humanos. Hace millones de años no existía el lenguaje ni tampoco el tiempo, solo había un Otro3 y estaba fuera de nosotros mismos. Era el grito del otro lo que nos ubicaba, lo que reflejaba nuestra propia conciencia, que transcurría en un presente irremediable.

Más tarde, siendo cazadores y recolectores, el tiempo estaba fuera, pero no ya como un grito informe, si no como un ciclo inscrito en los ritmos de la naturaleza. Comenzamos a nombrar los objetos que nos rodeaban y el lenguaje se fue complicando. Era el tiempo del Sol, de la Luna y del firmamento. El ser humano se encontraba imbuido en ese discurrir natural del que se sentía parte.

El tiempo eran las estaciones, los brotes de las flores y las plantas, el tiempo de la crianza, del fuego, de los astros o del ciclo menstrual. Uno de los primeros relojes que utilizamos fue la propia Luna, que con sus cuatro ciclos bien definidos marca de manera clara cuatro semanas compuestas de siete días. 

El tiempo es una construcción cultural, y la cultura4 un hecho social.

Cosmos, tiempo y calendarios

Si en un primer momento no había lenguaje y por lo tanto no había tiempo, y luego emergió el lenguaje, la cultura y con ellos el tiempo, ¿qué sucedió después?. Que lo creado en el interior de los seres humanos, en su conciencia, se colocó fuera de nuevo, con el pretexto de la cultura y el hecho social: Lo figurado se dibujó, lo pensado se escribió y el tiempo observado en los ciclos naturales se recogió en marcas y calendarios.

El entorno nos modeló y se replicó dentro nuestro, para luego por pura necesidad ser situado fuera otra vez. Las primeras conceptualizaciones con respecto al tiempo fueron marcas en piedras y paredes, collares de cuentas de huesos o semillas, y nudos o marcas en el cabello o en las vestimentas. Los seres humanos comenzaron a contar las lunas y lo plasmaron en las herramientas que comenzaban a utilizar.

Comenzamos a entender el tiempo y este pudo ser nombrado, primero con el verbo y luego con calendarios labrados en rocas que recogían los ciclos agrarios o el movimiento de los astros en el firmamento. ¿Cómo transmitir todo lo que uno ha aprendido en su vida del cultivo de la tierra a sus descendientes?. El mejor modo es sintetizarlo y plasmarlo en un material que sobreviva a las generaciones, invistiendo a estos objetos de un atuendo sagrado y ritual que les confiere importancia más allá de los individuos.5

Campanarios, trenes y tiempo homogéneo

Los modos de medir el tiempo se fueron complicando conforme pasaron los siglos. Los primeros relojes conocidos fabricados por los seres humanos son datados varios siglos antes de Cristo en Egipto, y más tarde en Grecia. Se trataba de relojes de sol que en ocasiones estaban integrados en la arquitectura de la época. Después vendrían los relojes de arena, de agua, las velas, los relojes mecánicos y mas tarde los atómicos, que rigen la hora en la actualidad.6

Esta no es la historia de los relojes, si no una deconstrucción de la idea del tiempo.

El modo de medir el tiempo se hizo cada vez más preciso y con la llegada de los relojes mecánicos estos se colocaron en las fachadas de determinados edificios, y el contar de sus horas se sincronizó con el sonido de las campanas. Del mismo modo que en el antiguo Egipto el reloj de sol situado en la fachada de un edificio homogeneizaba el discurrir del tiempo y lo ponía en relación con Ra, el dios del Sol, los campanarios de las iglesias sintetizan tiempo y religión. Dicha síntesis no es cualquier cosa: el tiempo de la vida, el tiempo de la muerte, y los caminos del dogma para llegar a una vida en el más allá.7

Si como veíamos antes la naturaleza establecía sus ritmos y el ser humano los asumía como propios,  ahora es el dogma de la partición del tiempo el que comienza a vertebrar las relaciones humanas. Ya no es el tiempo contado por unos y otros, si no el tiempo de la torre del reloj como referente para la vida de todos los que escuchan las campanas. El tiempo se establece como una estructuración fundamental en la articulación de la vida de los seres humanos. 

El tiempo del reloj mecánico se fue compartiendo en pueblos y ciudades, y su uso se fue extendiendo como una mancha de aceite. La aparición del ferrocarril precipitó que así fuera. Los viajes en tren entre dos ciudades requerían de la sincronización de los relojes de las estaciones entre las que viajaba el tren. En un principio el ferrocarril era de vía única, y los trenes que viajaban los unos hacia los otros debían coincidir en un punto exacto del recorrido donde la vía se desdoblaba para no chocar el uno contra el otro. La sincronización de los relojes era crucial, el telégrafo hizo el resto. La hora del ferrocarril se impuso como la hora de referencia. 

Tiempo postmoderno y capitalismo

La progresiva tecnificación de la revolución industrial ha profundizado definitivamente en el rumbo marcado por los calendarios y los relojes. El capitalismo y sus consignas de crecimiento y eficacia han ido filtrándose en la cultura hasta constituirse en ideología. Los medios de comunicación de masas, el telégrafo como precursor, la radio, la televisión y finalmente internet, han propiciado la constitución del sistema social capitalista, no ya como sistema social, que también, si no como modo de articulación psíquica del ser humano.

La eficiencia antes exigida a las máquinas para que fabricasen más productos en menos tiempo, es aplicada ahora a las personas que diseccionan su rendimiento hasta el absurdo. El tiempo se ha acelerado, la ansiedad ha crecido. Ahora asistimos al tiempo de la rentabilidad y el crecimiento, del deficit y la deuda, del tiempo que se acaba y desaparece. Cuanto más hagamos en el menor tiempo posible, mejor. Nadie quiere ni puede parar. Lo estático es relegado al olvido de manera inmediata en una sociedad hiperacelerada.

La contemplación de lo ritmos de la naturaleza se ha sustituido por la mirada absorta sobre el scroll infinito de nuestros dispositivos electrónicos, la quietud interna ha sido reemplazada por el hacer compulsivo, la plenitud de sentirse parte de un todo por la exclusión que todos sentimos al no poder alcanzar todos los deseos que se nos proponen recurrentemente por la vía del marketing y la publicidad.

El tiempo en terapia

He tratado de demostrar la idea de que el tiempo es una construcción cultural y no existe más allá de nosotros mismos. Su forma y medida están definitivamente marcadas por el contexto sociocultural. Por ello existen tiempos distintos según donde atendamos, a pesar de que la historia de su medición ha pretendido hacerlo homogéneo. El tiempo de los astros, de las lluvias, del nacimiento y la muerte, de la infancia o de la respiración poco tienen que ver los unos con los otros.

¿Y si el tiempo no existe más allá de nosotros mismos?

El tiempo de la terapia es múltiple y diverso. La transformación humana tiene su propio ritmo consustancial a nuestra base biológica. Existe un tiempo para las ideas y la compresión de las dificultades a las que nos enfrentamos, otro para las emociones, lento y perezoso, igual que existe un ritmo para la digestión o para el sueño. Este último, el sueño, fue marcado definitivamente por la revolución industrial que segmentó el tiempo del trabajo, del ocio y del sueño en tres bloques de ocho horas, desatendiendo el ritmo del sueño constituido en los seres humanos tras millones de años de evolución.

En la actualidad existe una presión constante sobre los individuos procedente del entorno socioeconómico que los rodea. Si cada época genera sus propias enfermedades mentales, los tiempos actuales son los tiempos de la ansiedad, la depresión y el trastorno por déficit de atención. Hacer girar a una máquina más allá de lo que le permite sus engranajes puede hacer que se rompa. El ser humano se encuentra muy alejado de sus necesidades reales en cuanto a su ritmo y velocidad naturales.

Es recurrente escuchar a personas que no tienen tiempo, que no quieren perder un año, y que no llegan a todo lo que desearían hacer o tener. Cuanto más presionadas se encuentran más alejadas de su centro se hallan. El camino de la terapia y de la meditación nos acerca a un centro vació y pleno, a un tiempo distinto, definitivamente más satisfactorio, real y consciente. 

1 Se pueden escuchar destellos de aquello cuando los niños y las niñas juegan en el parque y gritan de manera muy aguda. Se hace para los adultos fácil localizarlos y activa una especie de señal de alarma que se hace con la atención de las personas que pueden escucharlo.


2 La evolución filogenética habla de la evolución de las especies, la evolución ontogenética sobre el desarrollo de la vida de un solo individuo de una especie.


3 Lacan fue un psicoanalista francés que a mediados del siglo XX continuó la estela de Freud, profundizando y dando un nuevo sentido a la obra de éste. Habla de un gran Otro, ese magma informe que no somos nosotros y sí lo social, esos otros seres humanos que habita fuera, y que a pesar de estar ahí, son eminentemente proyectivos, es decir, construidos desde nuestro propio yo. También habla del Estadio del espejo, o momento en el que se cristaliza la génesis de yo.


En numerosas ocasiones encontramos reminiscencias de la evolución filogenética en nuestra propia ontogenia. Esta es una de ellas: los protohumanos adquiriendo conciencia en una relación de ida y vuelta con su entorno, como el niño que cristaliza su yo en la relación con su madre. Son dos momentos que se solapan desde la perspectiva macro de toda una especie y el tiempo filogenético, y desde lo micro, la constitución de lo conciencia de un único ser humano.


4 La Teoría de la Alianza es para muchos una de las explicaciones más verosímiles en la búsqueda de un acontecimiento histórico que determine el surgimiento de la cultura. Explica que hubo un tiempo en que los homínidos decidieron intercambiar por la vía de la alianza miembros de clanes rivales, es decir, decidieron casar a sus hijas con los hijos de clanes rivales para, en vez de batallar contra ellos por los recursos, establecerse como aliados. Cabe una re-lectura feminista de la teoría por la que no fueron las mujeres las intercambiadas si no tal vez los hombres. Se arma aquí un debate en cierta manera estéril, ya que la diversidad de culturas, alianzas y sistemas de parentesco es muy diversa, y llegar al universal que aglutine todas las culturas es sumamente complejo. Muchas veces este es un error en el que se cae cuando se habla de una sociedad primigenia matriarcal que luego ha sido relegada por el patriarcado. Se trata esta de un concepción simplista de la evolución de las culturas humanas que destacan por su heterogeneidad en su diversidad y evolución.


5 Ejemplos de este tipo de calendarios son el Inca o el azteca, labrados en piedras circulares sintetizan ciclos agrarios y parten el tiempo en relación con el firmamento. Este tipo de calendarios nos hablan de una sociedad eminentemente compleja, estratificada socialmente, con una estructura de poder y una cosmología completa.


6 Este artículo no pretende ser una historia de los relojes y de la medición del tiempo, si no una deconstrucción del concepto mismo de tiempo como hecho cultural, y por ello cambiante transculturalmente, en las diferentes épocas y entre los propios individuos, como veremos.


En la evolución y sofisticación de los relojes lo que ha estado en juego fundamentalmente es el pretendido control por parte del ser humano de la frecuencia de la oscilación y la acumulación de error en esta. Nos enfrentamos a un problema matemático que pretende hacer coincidir los ciclos anuales y diarios, es decir los movimientos de rotación y traslación de la tierra con los calendarios. Si afinamos la concreción de un calendario tenemos que ir reduciendo las medidas de este hasta el segundo, por ejemplo, a pesar de que las medidas temporales como sucede con las medidas de peso o de longitud son puramente arbitrarias. Cuando hemos llegado a una unidad simple, el segundo por ejemplo, necesitamos un mecanismo que no acumule error con el paso del tiempo. Esta complicación del mecanismo del reloj es la historia de la búsqueda de la reducción de ese error.


7 En el antiguo testamento el tiempo comienza en el génesis, donde todo fue creado, y luego el tiempo avanza de manera lineal del pasado hacia el futuro. El tiempo no avanza siempre a la misma velocidad, o por lo menos no siempre el tiempo es medido del mismo modo. Matusalén vivió 969 años, que dividido entre las lunas que se dan en cada año solar, son unos 80 años solares, es decir, los años de matusalén son años lunares.


Hay un origen y un profeta tanto para judíos, cristianos como musulmanes, y un futuro a alcanzar, es decir, un paraíso al que llegaremos en un tiempo posterior. El budismo rompe este modo de apreciación sobre el tiempo de la existiéncia dibujando un devenir humano de tipo circular, o más bien en forma de espiral: se nace y se muere y se vuelve a nacer atravesando los bardos, hasta que se llega a un Nirvana, el que puede, en el que uno se libera del tiempo y del espacio.

Eduardo Polite terapia