El proceso terapéutico

Fases de la transformación personal

Ir a terapia por primera vez puede generarnos dudas, miedo y pensamientos de inseguridad. No es solo la incertidumbre sobre si funcionará, sino también la duda de si hemos escogido al terapeuta adecuado. Nos preguntamos si nos entenderá, si sabrá guiarnos, si nuestra inversión de tiempo y dinero merecerá el esfuerzo que estamos haciendo. Todo esto forma parte de las resistencias iniciales al proceso terapéutico: una parte de nosotras/os mismas/os teme al cambio y no quiere que se produzca. Porque cambiar implica dejar atrás lo conocido, incluso si lo conocido es nuestro propio sufrimiento. Como sugiere Lacan, un importante psicoanalista francés, «nuestra subjetividad está moldeada por estructuras inconscientes que condicionan nuestra relación con el mundo”¹, y que determinan lo que nos sucede ante nuevas situaciones inciertas.

La terapia es un viaje de transformación, y la primera resistencia que debemos superar es el miedo a lo desconocido.

Sin embargo, la terapia es un viaje que requiere de compromiso y confianza. Estas resistencias no son obstáculos insuperables, sino pasos necesarios que debemos atravesar para llegar a una verdadera transformación. Es importante ser honesto y valorar si el terapeuta elegido se adapta a nuestras necesidades y a nuestro momento vital. La relación terapéutica es fundamental para que el proceso tenga sentido y sea efectivo.

El inicio de la terapia: construir la base

En las primeras sesiones, nos encontramos con un nuevo espacio que poco a poco se vuelve familiar. Se trata de un tiempo de exploración, donde vamos conociendo al terapeuta, el encuadre de las sesiones y la dinámica del trabajo. Es un periodo en el que comenzamos a sentirnos más seguros y comprendidos, asumiendo algunas ideas que aunque incipientes, son reveladoras de nuestra relación con el mundo y con nosotras/os mismas/os.

Sentirse mejor al principio es solo una parte del camino; comprender las raíces de nuestro malestar es lo que realmente nos transforma.

En esta etapa inicial, es común notar una mejora en el malestar que nos llevó a terapia. Si hemos acudido por ansiedad, tristeza o estrés, puede que en pocas semanas esos síntomas se reduzcan, dándonos la sensación de que estamos haciendo un buen trabajo. Sin embargo, este alivio inicial no significa que el proceso haya terminado. Si interrumpimos la terapia en este punto, corremos el riesgo de no haber comprendido las verdaderas causas de nuestro malestar, lo que nos puede llevar a repetir los mismos patrones más adelante.

Plantas creciendo unas al lado de otras. Algunas tienen una altura más grande y otras más pequeñas.

La parte intermedia: el trabajo

No todas las personas llegan a esta fase. No porque no sean capaces, sino porque la terapia requiere de valentía y compromiso, y en ocasiones estas condiciones no se pueden dar. Es en este punto donde el proceso se vuelve más profundo, porque dejamos atrás el alivio superficial y comenzamos a enfrentarnos a nuestras propias resistencias internas. Estas resistencias aparecen cuando descubrimos patrones, creencias y heridas que han moldeado nuestra forma de estar en el mundo. Enfrentarlas requiere coraje, pero también es la clave para un cambio real y duradero.

Como explica Claudio Naranjo, «el autoconocimiento implica un proceso de deconstrucción y reconstrucción, en el que nos vamos despojando de las capas del ‘yo’ condicionado por la cultura y la historia personal”². Es un momento hermoso y desafiante. La relación con el terapeuta se ha fortalecido, y con esa confianza es posible trabajar de forma más creativa: explorar sueños, ensoñaciones, recuerdos y emociones que han permanecido ocultas. En esta fase, la terapia se convierte en una herramienta potente de autoconocimiento y transformación.

El cierre: integrar y seguir adelante

Llega un momento en que lo que antes parecía un problema insuperable deja de tener importancia. Lo que nos llevó a terapia ya no nos domina. Tal vez la ansiedad sigue existiendo, pero la comprendemos mejor, la nombramos de otra manera, y hemos aprendido a gestionarla. Quizá las heridas del pasado siguen ahí, pero ya no nos definen. La vida sigue, con sus desafíos y alegrías, pero nos sentimos capaces de enfrentarlos sin necesidad de apoyo constante.

Salir de la terapia no es el final del proceso, sino el comienzo de una vida con mayor comprensión y autenticidad. de nosotros mismos.

Cuando esto sucede, la terapia empieza a acercarse a su fin. No es una decisión abrupta, sino un proceso que tanto el terapeuta como el paciente perciben de manera natural. Poco a poco, las sesiones se espacian, y finalmente, en un acuerdo mutuo, se decide que es momento de cerrar el proceso.

Salir de la terapia es, en cierto modo, volver a entrar en la vida, pero con una nueva comprensión de una/o misma/o. Como menciona Elías Capriles en su obra sobre el budismo y el Dzogchen, «el camino del autoconocimiento es similar a la autoliberación: no se trata de cambiar lo que somos, sino de reconocerlo con claridad³”. Es una despedida, pero también un comienzo. La comprensión profunda de una/o misma/o nos permite vivir con mayor serenidad y autenticidad, aceptando la vida en toda su complejidad.

1 Lacan, J. «El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis». Buenos Aires: Paidós, 1981. Lacan describe la estructura del inconsciente y cómo esta influye en nuestra subjetividad y la manera en que percibimos la realidad. Su teoría de los registros Imaginario, Simbólico y Real proporciona una base para entender cómo el individuo se enfrenta a sus deseos y resistencias en la terapia.

2 Naranjo, C. «Carácter y neurosis: una visión integradora». Santiago de Chile: Cuatro Vientos, 1996. En este libro, Naranjo explora la relación entre los patrones de personalidad y las estructuras del Eneagrama, destacando cómo cada tipo de personalidad mantiene patrones repetitivos de conducta que pueden limitar la evolución psicológica y la resolución de conflictos internos en la psicoterapia.

3 Capriles, E. «Budismo y Dzogchen: La doctrina de la autorealización más allá de la religión y la filosofía». Mérida: Ediciones Ganesha, 2007. Capriles presenta una perspectiva del budismo Dzogchen que enfatiza la autoliberación mediante la observación directa de la mente. Relaciona estos principios con el proceso terapéutico, destacando la importancia de la no-identificación con los pensamientos y emociones para alcanzar una transformación profunda.