El todo y la falta

El todo y la falta

En este artículo exploraremos cómo las primeras experiencias infantiles, donde la realidad y el deseo parecen coincidir perfectamente, se ven interrumpidas por la inevitable sensación de que algo falta en nuestra experiencia. Esta dualidad, entre el «todo» inicial y la «falta» posterior, influye profundamente en nuestras conductas adultas, llevándonos a una constante búsqueda de satisfacción en un mundo marcado por el consumo y la superficialidad. Desde un enfoque psicoanalítico, veremos cómo esta dinámica subyace a muchas de las compulsiones y ansiedades de la sociedad contemporánea.

El todo

Durante los primeros meses de nuestra vida creemos tenerlo todo. Es un período en el que nuestras necesidades y deseos parecen estar en perfecta sincronía con la realidad, un estado de omnipotencia en el que el bebé siente que lo puede todo y que sus deseos son inmediatamente satisfechos. Esta percepción aparece durante el primer año de vida, antes de que la niña o el niño desarrollen una conciencia de sí mismos como seres separados del mundo que los rodea.

En la infancia, vivimos una ilusión de omnipotencia, hasta que descubrimos que somos seres diferentes a los demás.

En este estado, el niño no tiene conciencia de la separación entre sus deseos y la satisfacción de estos. Cuando siente hambre y el alimento aparece, el bebé no percibe a la madre o al biberón como algo separado de sí mismo, sino como una extensión de su propia voluntad. El deseo y la realidad se confunden, generando una experiencia donde el mundo parece estar al servicio de sus necesidades, un reflejo del poder omnipotente1 que caracteriza esta etapa del desarrollo.

A lo largo de esta etapa se desarrolla una ilusión fundamental para el ser humano: la creencia de que todos nuestros deseos deben ser satisfechos. Es un momento de «totalidad», donde el niño o la niña experimentan una sensación de satisfacción completa. Esta vivencia de plenitud deja una marca profunda, que en el psicoanálisis se denomina ideal del yo2. A medida que crecemos, esta idealización se transforma en expectativas poco realistas sobre cómo debería ser la vida, impulsando una búsqueda constante de perfección que, en la adultez, provoca frustración y conductas compulsivas.

A medida que el bebé crece, su aparato psíquico se desarrolla gradualmente. Poco a poco, comienza a entender que existe como un ser separado, y que, si ella/él misma/o existe, también lo hace un otro. Este es el principio del fin de la etapa omnipotente infantil. Este proceso culmina en el estadio del espejo3, cuando la/el niña/o, al verse reflejada/o en un espejo o en los ojos de un adulto, reconoce su propia imagen como algo distinto del entorno. Este modo comenzamos a formar nuestro propio yo.

La falta

A medida que el niño crece, comienza a darse cuenta de que no todo lo que desea puede ser satisfecho inmediatamente. Este reconocimiento marca la entrada en una nueva etapa del desarrollo. Se trata de un momento crucial en la formación de la identidad, ya que el niño empieza a entender que hay un límite a su poder, y que existen otras personas con deseos y necesidades propias que pueden no coincidir con los suyos.

Este proceso, conocido en el psicoanálisis como castración4, es el momento en que el niño reconoce la existencia de una autoridad externa que impone límites a sus deseos. La experiencia de la falta, entonces, se convierte en un componente estructural de nuestra subjetividad. A lo largo de nuestras vidas, esta falta se manifiesta de diversas maneras, influyendo en nuestras decisiones, comportamientos y, en última instancia, en nuestra búsqueda de satisfacción y sentido.

Todo o nada

La herida que deja esta experiencia que la realidad nos impone se traduce en una constante búsqueda de aquello que consideramos que nos completará. Esta búsqueda puede tomar muchas formas, desde el deseo de poseer bienes materiales hasta la compulsión por acumular experiencias. Vivimos en una sociedad que a menudo nos vende la idea de que podemos llenar ese vacío a través del consumo, la acción frenética, o el éxito social.

La cultura contemporánea nos empuja a un ciclo agotador de hiperactividad y consumo, intensificando nuestra sensación de falta.

La cultura contemporánea, impulsada por la autoexplotación y la hiperactividad, perpetúa la ilusión de que podemos alcanzar la plenitud a través de la productividad constante y la adquisición interminable. Este ciclo de hiperactividad y autoexigencia nos empuja a creer que la satisfacción se encuentra en hacer más y tener más. Sin embargo, esta búsqueda incesante no hace más que intensificar nuestra sensación de falta, conduciéndonos a un estado de agotamiento y alienación.6

En una sociedad que promueve la idea de que todo es posible si simplemente nos esforzamos lo suficiente, la falta se convierte en una sombra que acecha constantemente. Nos encontramos atrapados en un ciclo donde el deseo de llenar ese vacío interno nos impulsa a actuar de manera compulsiva, sin detenernos a reflexionar sobre la naturaleza de nuestro malestar.

Psicoterapia humanista

La psicoterapia puede ser una poderosa herramienta para romper con los patrones de conducta que nos llevan a buscar llenar nuestro vacío de manera compulsiva. Al aceptar que la falta es una parte intrínseca de nuestra existencia, podemos comenzar a vivir de manera más auténtica, conectando con nuestros deseos y necesidades más profundos, y encontrando un sentido de satisfacción que no dependa de la constante búsqueda de algo externo.

El viaje del todo a la falta es una parte esencial de la experiencia humana. En nuestra infancia, experimentamos un momento de plenitud, una ilusión de omnipotencia que, tarde o temprano, se ve interrumpida por el reconocimiento de que no podemos tenerlo todo. Esta falta, lejos de ser algo que debemos evitar o llenar a toda costa, es una parte fundamental de lo que nos hace humanos. Aceptar y entender esta falta puede ser el primer paso hacia una vida más plena y auténtica, donde el ser se valore por encima del tener y del hacer.

1 En el psicoanálisis, esta fase temprana del desarrollo se caracteriza por la ilusión de omnipotencia, donde el infante cree que puede satisfacer sus deseos sin la mediación de un «Otro». Desde el psicoanálisis se describe este estado como un tiempo en el que el niño no distingue entre sí mismo y el mundo exterior, generando una experiencia de totalidad.
2 En psicoanálisis, el concepto de «ideal del yo» se refiere a una representación interna de lo que una persona aspira a ser, moldeada por las expectativas y valores transmitidos por las figuras parentales y la sociedad. Sigmund Freud introdujo este concepto en su teoría para explicar cómo los individuos desarrollan una imagen idealizada de sí mismos, que guía su comportamiento y deseos. El ideal del yo se forma a partir de la internalización de los ideales parentales durante la infancia, creando una versión idealizada del «yo» que el individuo busca alcanzar. Este ideal actúa como un punto de referencia para la autoevaluación, generando sentimientos de orgullo cuando se logra aproximarse a él y de culpa o insatisfacción cuando se percibe una distancia significativa entre el yo real y el idealizado. El concepto se distingue del «superyó», aunque están interrelacionados, ya que el ideal del yo representa las aspiraciones positivas del individuo, mientras que el superyó incorpora tanto estas aspiraciones como las prohibiciones y mandatos internalizados.

3 Conceptualizado por el psicoanalista francés Jacques Lacan, el estadio del espejo representa un hito crucial en el desarrollo de la mente humana. Este momento se produce cuando el bebé se observa a sí mismo en un espejo o en los ojos de su madre, y de repente comprende la existencia de un otro, reconociendo simultáneamente su propia identidad. Es en este punto cuando el niño comienza a formar una imagen de sí mismo como un ser separado del resto del mundo, un proceso que también introduce la noción de falta.

4 En la teoría lacaniana, la castración se refiere a la aceptación de la falta como una condición inevitable de la existencia humana. Es el reconocimiento de que no podemos tenerlo todo y que el deseo siempre estará marcado por la ausencia de algo. Esta experiencia es fundamental para el desarrollo de la identidad y la estructura psíquica.

5 Byung-Chul Han y la sociedad del cansancio: En su obra «La sociedad del cansancio», Byung-Chul Han analiza cómo la modernidad ha transformado al sujeto en su propio explotador, llevando a un estado de agotamiento físico y mental. Han critica la idea de que el éxito y la felicidad pueden alcanzarse a través de la hiperactividad y la autoexplotación, señalando que esta lógica no hace más que profundizar la sensación de falta que persigue al sujeto moderno.

Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder Editorial.