En este artículo, exploraremos el concepto de ilusión, desde su origen etimológico hasta su impacto en la psicoterapia actual. Veremos cómo la ilusión ha sido tratada a lo largo de la historia y cómo se manifiesta en distintas etapas de la vida. Además, analizaremos su papel en la proyección de nuestras esperanzas y deseos, y cómo la psicoterapia puede ayudarnos a equilibrar ilusión y realidad.
La etimología de ilusión nos remite al latín «illusio», que significa engaño o burla. Originalmente, se utilizaba para describir percepciones falsas o distorsionadas, algo que no es real pero que puede parecernos tal. Con el paso del tiempo, este término ha adquirido un matiz más positivo, especialmente en el ámbito emocional, vinculado a las expectativas y a la esperanza. La ilusión es la esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo, dice la RAE. Sin embargo, la ilusión sigue siendo una especie de espejismo emocional: algo que proyectamos hacia el futuro y que nos moviliza, aunque sea irreal en su esencia.
Ilusiones, esperanzas y expectativas que nos orientan hacia un futuro mejor.
A lo largo de la historia, la ilusión ha sido un tema recurrente en el pensamiento humano. En la filosofía de Platón, por ejemplo, se encuentra en su célebre alegoría de la caverna, donde los prisioneros confunden las sombras proyectadas en la pared con la realidad. Para Platón, las ilusiones sensoriales eran una forma de engaño que mantenía a las personas alejadas de la verdad filosófica y del conocimiento auténtico¹. Durante la Edad Media, la ilusión fue vista como un peligro espiritual, un desvío de la senda correcta hacia la verdad religiosa.
En tiempos modernos, autores como Freud han reinterpretado la ilusión desde una perspectiva psicoanalítica. En su obra El porvenir de una ilusión (1927), Freud abordaba la ilusión como una necesidad humana de proyectar deseos inconscientes hacia el futuro, especialmente en contextos culturales y religiosos². Estas ilusiones, aunque basadas en esperanzas infundadas, proporcionaban consuelo frente a la angustia existencial. Por su parte, Jacques Lacan desarrolló la idea de que el deseo humano siempre está entrelazado con la ilusión. Según Lacan, nuestra búsqueda de satisfacción está marcada por la «falta», lo que nos empuja a fantasear con aquello que creemos nos completará³.
En psicoterapia, la ilusión se entiende como una proyección hacia el futuro cargada de emociones. Más que un simple deseo, es una fantasía que nos ofrece la posibilidad de una gratificación futura, pero que en sí misma ya genera respuestas emocionales. Al ilusionarnos, experimentamos sensaciones que nos hacen sentir bien; es decir, el solo hecho de pensar en una ilusión puede producir emociones positivas. Sin embargo, este proceso también puede funcionar a la inversa: al pensar en una ilusión que no pudimos realizar nos hace sentir tristeza, dolor y ansiedad.
Fantasías en nuestra cabeza que nos hacen sentir alegría, aunque luego tal vez nos frustren.
Esta proyección emocional se convierte en una fuerza que nos mueve, pero también nos deja vulnerables a la frustración si la realidad no cumple con nuestras expectativas. En psicoanálisis, este fenómeno está vinculado a la idea de que el deseo siempre está en conflicto con la realidad, y la ilusión refleja esa tensión constante⁴.
La manera en que experimentamos la ilusión cambia con el tiempo. Durante la niñez, la ilusión es más frecuente e intensa. Los niños viven en un mundo donde las posibilidades parecen infinitas, ya que su capacidad de asombro y la ausencia de experiencias traumáticas permiten que su ilusión sea más pura y se dé en un mayor número de circunstancias. Sin embargo, a medida que crecemos, las experiencias de la vida, especialmente las desilusiones, transforman nuestra relación con la propia ilusión. El sufrimiento y las pérdidas nos enseñan que no todo lo que esperamos se hace realidad, lo que erosiona nuestra capacidad de ilusionarnos de la misma manera que antes.
La psicoterapia nos ofrece una vía para explorar y comprender mejor nuestras ilusiones. A través del trabajo terapéutico, podemos identificar las fantasías que guían nuestras expectativas, reconociendo cuándo son saludables y cuándo nos llevan a una búsqueda incesante que solo genera frustración. La ilusión, cuando se entiende y gestiona adecuadamente, puede ser un motor de cambio positivo, pero cuando se convierte en una trampa, nos aleja de la realidad y nos encierra en un ciclo de insatisfacción.
1 Platón utiliza la alegoría de la caverna para ilustrar cómo los sentidos nos engañan, proyectando una realidad ilusoria (las sombras en la caverna) que confundimos con la verdad. Para Platón, el conocimiento verdadero solo podía alcanzarse al escapar de esas ilusiones sensoriales y acceder al mundo de las ideas.
2 En esta obra, Sigmund Freud explora cómo las ilusiones, especialmente las religiosas, proporcionan consuelo frente a la incertidumbre y el sufrimiento humanos. Aunque Freud consideraba las ilusiones como algo necesario para la estabilidad psíquica, también las veía como un obstáculo para alcanzar una comprensión racional del mundo.
3 Jacques Lacan propuso que el deseo humano está estructurado alrededor de la «falta», una carencia fundamental que nos impulsa a buscar lo que creemos que nos completará. Esta falta, según Lacan, no es simplemente una ausencia, sino un motor central en nuestra subjetividad, que organiza nuestras relaciones y nuestras percepciones de nosotros mismos y de los demás. La ilusión, en este sentido, es una proyección del deseo, siempre fuera de nuestro alcance. Nos impulsa a perseguir algo que, aunque parece estar cerca, permanece inalcanzable, manteniéndonos en un ciclo constante de búsqueda insatisfecha. Puedes leer un artículo llamado «El todo y la falta» en esta misma web, donde se exploran en profundidad estas ideas y cómo influyen en la dinámica de nuestras relaciones cotidianas y nuestra percepción del mundo.
4 En el marco del psicoanálisis, la ilusión se ve como una forma en que el individuo intenta reconciliar su deseo con las limitaciones de la realidad. Esto genera una tensión constante que puede ser fuente tanto de motivación como de sufrimiento. Freud habla del principio de realidad, y lo cierto es que es más sencillo fantasear que conseguir que la realidad se ajuste a nuestras expectativas.
5 El filósofo Byung-Chul Han, en su obra La sociedad del cansancio, argumenta que la cultura contemporánea promueve una ilusión de éxito que lleva a la autoexplotación. Esta búsqueda incesante por cumplir con las expectativas ilusorias de productividad y éxito es una de las causas del agotamiento emocional que experimenta el individuo moderno.